Hay momentos en la vida de todo futbolista -y del resto de seres humanos- que constituyen un antes y un después. Uno empieza a contar el tiempo de su carrera en relación a si queda situada por detrás o por delante de ese instante concreto. En el caso de Samuel Umtiti, su fecha exacta es la del 15 de julio de 2018. Para ser más concretos, a las 20:00, hora local de Moscú. En ese preciso instante Francia se proclamó campeona del mundo de fútbol.
Me dirán ustedes que ese día fue igual de importante para Lloris, Varane, Griezmann o Mbappé. No. No igual. El problema reside en que, a diferencia de las vidas de otros compañeros de selección que también giran alrededor de esa fecha, la de Umtiti no lo hace simplemente por el hecho de levantar un trofeo histórico o sumarlo a su palmarés. El problema es que ese día probablemente fue el último en que el central del Barça se sintió futbolista.
Desde entonces, Samuel sale a una media de catorce o quince partidos disputados por temporada. Eso es bastante menos de la mitad de los que celebra su equipo a lo largo de un año. De hecho, se acerca peligrosamente a la distancia que hay entre un tercio y una cuarta parte. Casi nada. Este dato se traduce en cinco lesiones en dos temporadas. Cinco. La última, la que hemos conocido esta pasada semana, supone ya rizar el rizo de lo imposible y adentrarnos en una nueva dimensión desconocida: lesionarse casi sin entrenar.
Una sesión individual es lo que ha necesitado el club para emitir un comunicado informando de un problema en el sóleo de su pierna derecha. La gravedad de esta última lesión es relativa, sí. No ha sido de las más duras que ha sufrido Big Sam, afortunadamente. El inconveniente está en que corta de raíz la progresión de una recuperación esperanzadora que se empezaba a intuir en este 2020. Coincidiendo con el cambio de técnico, Umtiti había iniciado un tímido – y dubitativo – regreso. Setién, con buen criterio, entiende que a poco que el francés esté bien, debe adelantar a su compatriota Lenglet en la rotación. Ese subidón de confianza debía ser el empujón final para empezar a sacar a Samuel del túnel en que se había metido. El parón por el coronavirus nos ha devuelto a la casilla de salida.
Esta regresión no solo le afecta a él, a su confianza y directamente a su pierna sino que lamentablemente sus efectos son mucho más devastadores a nivel colectivo: el Barça sigue yendo muy corto de centrales. La zaga culé descansa única y exclusivamente sobre las espaldas de Gerard Piqué. Ya era así en febrero pero uno tenía la esperanza de que este parón sirviera para recargar pilas al resto de jugadores de la última línea para que pudieran echarle una mano al catalán. Va a ser que no.
Para acabarlo de hacer todo más rocambolesco, el parón ha agravado la situación de los centrales pero no ha detenido la hemorragia de nombres de posibles fichajes. Neymar. Lautaro. Pjanic. ¿Serían ustedes tan amables de decirme cuántos centrales hay en esa lista? Ya les respondo yo: ninguno.
La línea más débil del equipo con diferencia es la que menos aparece en la lista de refuerzos. La que menos interesa. De la que menos se habla. Umtiti tiene un problema, sí. Veremos si es recuperable o no. El del rumbo de la dirección deportiva, no parece que lo pueda llegar a ser.
